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lunes, 20 de marzo de 2017

¡Que alguien le ponga el cascabel al gato!

Polluelo de mirlo refugiado en la Picea pungens "Globosa" del jardín. Esta costumbre le puede salvar la vida.

Los días de viento de la semana pasada han derribado el nido de mirlos que teníamos en la hiedra del jardín, obligando a tres pollos incapaces aún de volar a echarse a tierra. En principio todo parecía que se quedaría en un susto, pues el jardincillo ha servido de guardería a decenas de polluelos en los últimos años.

La misma noche de la caída ya me despertó la algarabía de los mirlos con sus llamadas de alarma, igual que la siguiente y la siguiente. Después le ocurrió a mi mujer. Yo entonces ya sabía perfectamente lo que ocurría, pues un par de días antes había salido al jardín tras oír las llamadas de alarma de varios mirlos. Me encontré a la pareja de mirlos que crían en casa, otra pareja que anida en un seto algo más abajo y a la pareja de jilgueros del cinamomo de la calle, alarmados y nerviosos. No tardé en descubrir a un gato grande y oscuro tumbado sobre el muro, observando fijamente la copa de un madroño mientras movía la punta de la cola. La misma copa donde estaba uno de los tres polluelos de mirlo.

Alguna vez he comentado en este blog (Ver aquí) lo que pienso de los lindos gatitos y lo que me molesta la despreocupación de los propietarios de gatos y, por qué no, la despreocupación de la administración si la comparamos con lo que ocurre con los perros. ¿Alguién se imagina una manada de perros callejeros reproduciéndose libremente en un caserón abandonado? O, simplemente, que el propietario de un pitbull le dejara salir solo a la calle sin bozal para que se quitara el estrés. Vale, los gatos no muerden a las personas, pero matan especies protegidas y mascotas.
No es que sea incapaz de sentir compasión por unos animales tan hermosos como los gatos, los detesto sin acritud. He recogido en mi pequeño jardín carboneros, mosquiteros, currucas, cogujadas y pardillos decapitados por el gato/s de un vecino/s y maldita la gracia que me hace. Con los años uno sabe que hay investigadores buenos, malos y regulares, como en todo, por eso no me sorprende que algunos defiendan que los gatos no hacen daño alguno en nuestros ecosistemas, que eso es solo de islas oceánicas. Algunos topillos de Cabrera de por aquí seguro que podrían aportar algunos datos en contra.
Podría tal vez regularse un poco más la cuestión, por razones sanitarias (los gatos también tienen sus momentos terrenales y cagan y mean donde les viene en gana, con niños o sin ellos) o de bienestar animal (el de los carboneros, por supuesto). Tal vez evitando aquellas razas más similares al animal ancestral y, por tanto, con casi plenas capacidades cazadoras, tal vez obligando al uso de collar identificativo con cascabel, tal vez mostrando la verdadera cara oculta de los gatos cuando suponen que no los vigilamos y eliminando los gatos cimarrones.

Bueno esto es una batalla perdida, pero pienso esto cada vez que un gato me quita el sueño, literalmente. Hace un par de días que solo veo a un polluelo de mirlo, tal vez sus hermanos hayan acabado sin cabeza en el cubo de basura de alguien. ¿O eso sólo pasa en las islas oceánicas?

viernes, 10 de marzo de 2017

Viejas glorias.



Hace unos días, gracias a mi amigo Roberto, pude recuperar mi vieja Peterson, mi primera guía de pájaros. Tardé poco en colocarla con sus viejas compañeras y pude así recomponer la que fue mi primera biblioteca, la biblioteca de un chaval de 12 años.

Cierto que “Monfragüe, sierra brava” es un par de años posterior, pero su presentación en Plasencia, en la sala de Caja Plasencia de la calle del Verdugo, con Jesús Garzón, José Luis Rodríguez y los dibujos originales de Luis Cuaresma, es uno de mis recuerdos imborrables de aquellos años. Me acompañó mi padre y estaba muy nervioso, porque Garzón me imponía mucho respeto. Creo que evitaron que me comportara como un auténtico fan, tanto mi timidez, como el hecho de ya en 1981, cuando él vivía en los Saltos de Torrejón y viajaba en su Jeep Comando rojo forrado de pegatinas, me dedicó su libro “De la sierra al Llano”, obra aún no superada.

La enciclopedia “Fauna”, que me leí completa dos veces durante una convalecencia en 3º de EGB y me convirtió en un repelente; la “Guía del Naturalista de Gerald Durrell”, que me metió el veneno de los cuadernos de campo, las mochilas y el gusto por bichejos y plantas. Por supuesto, los “Cuadernos de Campo del Dr. Félix Rodríguez de la Fuente”, en gran parte de mi primo, que yo le guardo con amor (al igual que él lo hace con una guía Omega de razas de palomas de un servidor). La Chinery de insectos con las marcas de dientes de mi perro Curro cuando era un cachorro (murió a los 14 años, hace ya 15 años…), la Harrison de huevos y la sorprendente guía de “Aves marinas del mundo” de Heinzel, muy apropiada para un crio de Cáceres.

He incluido la primera edición en español de la Peterson de 1957, aunque la compré por Internet a una librería de viejo de Chile hace unos 10 años. Lógicamente, la pobre nunca fue usada en Chile y su deterioro se debe a que cruzó 4 veces el Atlántico en una extraña competición por ver que correos era el más ineficaz, el chileno o el español. Lo cierto es que el librero la recibió de vuelta húmeda y, tal cual, la envolvió en plástico y la reenvió. Los hongos hicieron el resto. Hoy, gracias a encuadernaciones Roma está en un estado muy aceptable, aunque con una cubierta nueva, amarilla como la original.




Finalmente la óptica, mis Super Zenith 10x50 y el catalejo soviético TYPNCT-3 de 20x50. Un profesor de inglés canadiense que tuve hace unos años se sorprendió al descubrir que en España, en los 70 y 80, se utilizara material óptico de la pérfida CCCP. Se ve que en Canadá nunca pudieron experimentar la extraordinaria sensación de clavar un clavo en la pared con un instrumento de precisión.
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